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De Schubert a Dauajare
1) En estos días he escuchado una vez y otra el cuarteto de Schubert que lleva por nombre La doncella y la muerte. Es uno de los imprescindibles de la música de cuarteto. En su búsqueda incansable, en su humana locura, Beethoven dejó inconclusa su producción romántica cuartetística.
2) Schubert tomó la estafeta del romanticismo directamente de las manos de Beethoven, y sus cuartetos son dulces, intensos, de pronto trágicos, de pronto producto del encantamiento.
3) Siempre me ha sorprendido la unión de las almas afines. Como lo es el caso de Félix Dauajare y David Ojeda. En primer lugar, porque ser afines significa ser de naturaleza noble y bienhechora. Personas impelidas por el acto de dar, de compartir. En este caso, Dauajare da su poesía, y Ojeda arma la antología espléndida de este poeta potosino. En segundo lugar, porque de la unión de dos almas pares empeñadas en la consecución de la belleza, todos salimos beneficiados.
4) Cuando conciliaba el sueño, Schubert lo hacía empapado de tristeza, con el ánimo de despertar radiante a la siguiente mañana. Pero el amanecer le tenía reservado un desasosiego todavía mayor. De niño se solazaba mirando las truchas. Le sorprendía ese nado armónico y ágil, casi como las manos de su maestro al órgano. Pero nunca hizo el menor intento para atrapar una. Temía alterar el orden de las cosas, el orden universal de las cosas que Dios le permitía ver y que vació en su música. Murió a los treinta y un años, en 1828; un año antes había muerto Beethoven, el dios de la música para él: lo seguía cuando el viejo sordo caminaba contra la tormenta, fue uno de los que cargó su féretro, lo veneró más que a Mozart. Goethe lo despreció. Que aquel joven y desconocido compositor le pusiera música a sus poemas, le parecía una minucia. Jamás hizo que se los tocaran. Pero eso es irrelevante. Lo notable es el resultado. Acaso hoy se recuerde a Goethe más por Schubert que por él mismo. Fue sepultado en el cementerio de Währing, hoy conocido como Schubert Park de Viena. A la vera de Beethoven.
5) No recuerdo en qué librería aconteció esto, pero recorriendo un expendio de libros hace cosa de 15 años un volumen llamó poderosamente mi atención. Se trataba de un texto voluminoso, de gran formato, además de un libro bello. Por donde se le viera. De esos que cualquier autor se imaginaría como recipiente final de su obra. Lo extraje y leí la portada: La vida del relámpago. Obra poética. Félix Dauajare. Nunca había oído mencionar ese nombre en aquella época ya aciaga de mi existencia. ¿Félix Dauajare? Abrí el volumen —de más de 600 páginas, editado en Verde Halago— y leí donde lo dictó el azar: “Adán derramó el agua/ sobre la frente de las cosas/ y las enseñó a caminar sobre la tierra/ con los atributos de la permanencia/ Vivir es desde entonces/ una forma de la designación/ Los objetos emergen/ del oleaje que bulle entre las voces// La nada es el lugar en donde no se conoce la palabra”.
6) Por supuesto lo compré. Me llevaba bajo el brazo un poeta de prodigio, Félix Dauajare, y su alma afín: David Ojeda, autor del prólogo.
7) Hay que decirlo ya. En el prólogo recae gran parte del valor del volumen de marras. Pocos prólogos tan luminosos. Para quienes son partidarios de la lectura de prólogos, el del señor Ojeda constituye una puerta de acceso a la poesía de Dauajare; lleva de la mano al lector por puntos de interés compartido, que hacen más feliz el trayecto. Jamás laudatorio, de pronto punzante pero siempre puntual en sus conclusiones, no es posible separar a Ojeda de Dauajare. Pues no solamente hay este rascar en el alma misma de la poesía del señor Félix Dauajare, sino la semejanza complacida. El cariño que no se entromete sino ilumina. Un recurso literario llevado hasta sus últimas consecuencias.
8) Y hay que decir algo más a propósito de Félix Dauajare. Como si fuera una ley de hostigamiento, quien no publica en la ciudad de México no es leído. Ahora que está de moda hacerse famoso vía redes sociales, cantidad incontable de zafios brincan a la celebridad cuando buenos poetas son absolutamente ignorados. En última instancia no significa nada ser reconocido en el Distrito Federal, pero de vez en cuando hay que mirar lo que se publica en otras latitudes.
9) Tan no soy hombre de libros, que de no ser por David Ojeda no me habría enterado de la muerte de Félix Dauajare, acontecida en diciembre de 2011. Leí su sentido artículo que apareció en la sección cultural de El Financiero, y me permití descorchar un tinto y abrir La vida del relámpago. Con música de Schubert.
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