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DESDE LA TERSA NOCHE DE EUSEBIO RUVALCABA
Por Francisco Valencia Castillo
Eusebio Ruvalcaba es un escritor versátil y muy prolífico. Ha publicado más de cincuenta títulos entre novela, cuento, poesía, ensayo, crónica, dramaturgia, aforismos y epistolarios. ¡Más de medio centenar de títulos! Seguramente en estos mismos momentos, en otras librerías, pulquerías o cantinas, otros están haciendo lo mismo que yo: presentar un nuevo libro, o una nueva edición de un libro de Ruvalcaba. Suerte que el maestro prefirió estar aquí, con nosotros. Se agradece.
En la literatura de Eusebio Ruvalcaba aparecen tópicos comunes a todo un conjunto de narradores; conjunto que no se caracteriza por su fecha de nacimiento, nacionalidad o pertenencia a una revista o suplemento cultural, sino por su forma de ser y de escribir. Este grupo sin grupo ha hecho de la literatura un estilo de vida, y de su vida un argumento literario. Cantinas, música, prostitutas, asesinos, amistad, marginación, erotismo: todo sirve para hilvanar un poema o inventar una historia. El tratamiento formal cambia de acuerdo con el género seleccionado, pero las obsesiones literarias y existenciales se comparten. Y no me refiero sólo a Bokowski, sino también a escritores aparentemente alejados de la estética ruvalcabiana, como Paul Auster y otros.
A lo largo de tres décadas de ejercicio escritural, Ruvalcaba puede jactarse de haber alcanzado un estilo propio, en el sentido en que lo define John Middleton: “estilo significa esa individualidad de expresión gracias a la cual reconocemos a un escritor.”
La individualidad literaria de Ruvalcaba se manifiesta en tres rasgos distintivos: 1) Por sus contenidos temáticos. En primer lugar la música, pero también la relación con el padre, las mujeres, la ciudad, la vida nocturna y el alcohol; 2) Por el trasfondo autobiográfico de sus textos ―el cual alcanza su punto culminante en la novela Desgajar la belleza, en donde el protagonista es heterónimo y alter ego del autor, y 3) Por la preeminencia de una ética y una estética heredadas del Romanticismo.
La importancia de Eusebio Ruvalcaba para las letras mexicanas radica, fundamentalmente, en que ha logrado fusionar dos campos de la creatividad artística: la música y la literatura. El universo de lo musical es, pues, uno de los tópicos entrañables a Ruvalcaba. Y no podía ser de otro modo, dado el contexto familiar en el que se formó, descrito por el mismo Ruvalcaba de la siguiente manera:
Crecí entre pianos. En la casa había dos: uno vertical Ronish y uno de gran cola Steinway. En la casa de mi abuelo había otro Steinway, de media cola, que había pertenecido a Ricardo Castro. Así las cosas, para mí el sonido del piano era tan familiar como para el hijo de un lanchero el sonido de las olas. De hecho, mi madre no solía dormirnos con cuentos, sino con música.
Yo estudié en el Ronish ―continúa Eusebio. Ahí me pasé horas estudiando un método de solfeo que mi madre había inventado a base de colores y figuras geométricas. También desde un principio estudié música en él. No sólo solfeo: piezas sencillas de Bach, de Mozart, de Beethoven, de Brahms, de Mendelssohn, pero también de Kabalevski o de Tasman, las hacía pedazos a la primera oportunidad. Por ejemplo, si mi papá tocaba el Concierto de Beethoven, al día siguiente corría a la cama y le pedía que me pusiera el Concierto para que yo lo pudiera tocar. Se lo decía y llevaba en la mano papel pautado y lápiz. En un tris, él dibujaba las notas; lo hacía muy fácil para que yo pudiera sentarme al piano y tocar el tema principal, una vez tras otra. No me corregía cuando yo tocaba el piano; tampoco me decía que lo hacía bien: pasaba de largo. Mi mamá se encargaba de eso, de los corajes y de educarnos, porque había sido educada para eso. Sus manos hablaban por ella. Ahora mismo estoy viendo esas manos tocar el piano. Mi madre siempre tuvo manos fuertes, jamás usó anillos ni se dejó crecer las uñas. Esas manos suyas sobre el teclado, que parecían abarcarlo por completo; que iban de un extremo al otro con soltura y flexibilidad, pero con energía y firmeza a la vez. Y sus pies en los pedales. Como moviéndose cada uno por voluntad propia. Recuerdo que en alguna ocasión le puse una cuña debajo del primer pedal y me fui a la escuela. Cuando regresé estaba furiosa: me acerqué a saludarla y casi me arranca la patilla. En cambio mi papá se moría de la risa. Me dijo:
—Nunca se te ocurra acercarte a mi violín, porque vas a ver cómo te pongo.
Semejante entorno forjó la sensibilidad de Ruvalcaba y lo dotó de un cúmulo de anécdotas, rostros, instrumentos y, sobre todo, sonidos y notas musicales que, con el paso del tiempo, se trasmutaron en palabras. Lo que entró por el oído fecundó en discurso literario, las partituras y los pentagramas devinieron cuartillas, y el hombre que estaba destinado a ser músico se hizo escritor.
No tengo ningún empacho en afirmar públicamente que Desde la tersa noche es la mejor novela de Ruvalcaba. Más aun: la única. Así como Flaubert sólo tiene a su Madame Bovary, y Vargas Llosa Conversación en la catedral, y García Márquez El amor en tiempos del cólera, y Bryce Echenique La vida exagerada de Martín Romaña, y Fuentes a su Cristobal Nonato, así, el maestro Ruvalcaba inventó a un entrañable trío de románticos extremistas y cachondos que deambula por las páginas de Desde la tersa noche, novela que es el summum de sus obsesiones y sus elucubraciones; territorio donde se funden el músico y el escritor; alegoría que lo retrata por dentro y por fuera, de cuerpo entero y en close up.
En Desde la tersa noche la música juega un papel polifónico. Va desde la biografía del autor, el nivel más extrínseco, hasta la dimensión estructural. El elemento que participa en todos los planos ―funcionando como tema y leitmotiv― es el Concierto para violín de Johannes Brahms. De hecho existen características comunes entre los movimientos del Concierto, que son tres, y los personajes principales de la novela ―Gabriel, Elena y Bárbara―, cuya aparición sigue el mismo orden que los movimientos de la obra brahmsiana:
PERSONAJE |
MOVIMIENTO |
CARACTERÍSTICAS COMUNES |
Gabriel | Primero: Alegro non tropo | Pasión, rebeldía, y un aire de tristeza y de actitud contemplativa. |
Elena | Segundo: Adagio | Apacibilidad, entrega, arrobamiento. |
Bárbara | Tercero: Allegro giocoso, ma non troppo vivace | Euforia, desbordamiento, virtuosismo. |
Mención aparte merece uno de los tantos guiños o referentes musicales incluido por Eusebio Ruvalcaba en la novela, y que da cuenta de su espíritu travieso, por no decir chocarrero. Hablo de las chardas, piezas populares de la tradición musical húngara, y que, según Ruvalcaba, es la única música que le gusta a Bárbara. Y uno de inmediato se pregunta: ¿de dónde le salió a esta mujer el gusto por esas chardas? Pues bien, según mi interpretación de la novela, Bárbara, que ―repito― es el tercer personaje a escena, se identifica con el tercer movimiento de la sinfonía de Brahms. Y, según la crítica musical, ese movimiento evoca las reminiscencias húngaras que, se dice, fueron una deferencia de Brahms al violinista húngaro Joseph Joachim, a quien dedicó su Concierto.
Otro elemento musical incorporado a la estructura de la novela es el contrapunto, el cual se manifiesta mediante la presencia simultánea, más que sucesiva, de Bárbara y Elena. Este efecto de simultaneidad entre las dos protagonistas femeninas es el resultado de un dominio absoluto de las técnicas narrativas, y de una búsqueda de discursos armónicos y polifónicos por parte de un escritor poseído de un espíritu musical.
Al conceptualizar Desde la tersa noche a partir de los elementos aquí señalados, la novela de Ruvalcaba parece contener todo lo necesario para ser identificada como una composición musical: existe un motivo (el Concierto para violín de Brahms) que se repite a lo largo del texto y que le da consistencia referencial a la obra; hay un desarrollo melódico-narrativo que no sólo hace que la novela se desenvuelva literariamente sino que, por medio del contrapunto, adquiere una densidad y complejidad propia de una sofisticada composición. Y, por último, dicho desarrollo polifónico se remata por medio de descripciones comparativas que enlazan y superponen elementos como si se tratara de un remate con acorde: interpretación musical y revólver, violín y automóvil, música y sexo, etc.
Tal identificación de la estructura literaria como estructura musical se ve también respaldada por los insistentes contenidos musicales que toda la obra de Ruvalcaba presenta, en particular sus novelas Desde la tersa noche, Desgajar la belleza, Músico de cortesanas y Temor de Dios, por no mencionar los textos ensayísticos y periodísticos. De ahí que no parezca raro que las estructuras musicales, bien comprendidas por un autor cuya educación musical es notable, sean asimiladas en su universo narrativo, y que dichos procedimientos composicionales invadan, consciente e inconscientemente, el corpus literario del autor de Un hilito de sangre y El frágil latido del corazón de un hombre.
Queda por mencionar una no tan extraña, pero sí asombrosa similitud, entre el final de Desde la tersa noche y el de La música del azar, de Paul Auster. En la novela de Ruvalcaba, Gabriel Bonada, conduciendo un Grand Marquis negro a 110 millas por hora, y ejecutando mentalmente el Concierto de Brahms, vislumbra la curva donde murió su amadísima Bárbara, y hacia allí enfila su destino. En el final de la novela de Paul Auster los protagonistas, viajando a 130 millas por hora en un Saab rojo, y escuchando “el andante de un cuarteto de cuerda” ―de Haydn o Mozart―, quedan cegados por la luz de una “estrella ciclópea que venía lanzada directamente contra sus ojos.”
Ni Ruvalcaba ni Auster concluyen la escena. La congelan a milímetros o segundos del trágico desenlace, y le dejan al lector la tarea de imaginar ese tramo o lapso final de la historia.
Sobra decir que Eusebio Ruvalcaba y Paul Auster forman parte de ese no grupo al que me referí líneas arriba. Y por ello no resulta extraña ni ésta ni muchas otras similitudes entre ellos. Basta con tener presente que ambos escritores son de naturaleza musical.
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