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El cine y la música
1) Ubicar la música de una película como recurso narrativo del guión, facilita su goce y comprensión.
2) La música que empuja la acción. Es de las músicas más punzantes, de suyo inolvidables porque en la medida que la historia cale en nuestros huesos, esa música contribuye a crear una ambientación determinada. Piénsese en Psicosis de Hitchkock, precisamente en la música que rubrica la escena del crimen en la ducha (y que luego se repite en algunas otras). ¿No contribuye en forma rotunda a apoyar la acción y provocar una actitud en el espectador?
3) La música de carácter enfático. Le da relevancia dramática a una acción ya en sí misma dramática, precisamente para acentuar ese carácter. Piénsese en El hombre elefante de David Lynch, en la secuencia en la que John Merrick se suicida. El espectador siente en carne propia la agonía del hombre, desde que prepara la cama para acostarse (sabía el protagonista que de acostarse moriría). Pero lo que da verdaderamente el dramatismo a la escena es la música de Samuel Barber que rubrica el momento. Ese adagio de su cuarteto de cuerdas es tal vez la música más triste del mundo (que, por cierto, no nada más ha acompañado a Lynch). Finalmente, el espectador termina con el corazón hecho trizas.
4) La música como voz en off, es decir cuando nos describe los sentimientos. Es ésta una de las resoluciones más felices de la música en el cine, porque se torna cómplice de la imagen (mejor aún, de la narración). Piénsese en El Padrino de Coppola, en aquella secuencia en la que Michael Corleone conoce a la que será su mujer, Apolonia. Esa música es de una belleza extrema. La escuchamos desde que los personajes se ven por vez primera, y prosigue hasta que se casan. Le da solidez a la acción y, muy importante, perdurabilidad y permanencia.
5) La música como narrador omnisciente, es decir cuando le da unidad a una secuencia. Uno se pregunta, ¿cómo le da unidad a una secuencia un novelista?, ¿cómo logra mantener tenso el hilo narrativo, que en una secuencia no se desprenda de principio a fin? Pues sólo mediante un recurso, el más viejo de todos: la emoción. Crearla, producirla, depende de dos cosas: la historia y las palabras. En cine, la música es capaz de provocar esta emoción. Piénsese en Barry Lindon de Stanley Kubrick, y más exactamente en aquella secuencia, que dura siglos, cuando el personaje protagónico distingue a lo lejos a la mujer que habrá de hacer suya para sentar cabeza, incrementar su fortuna y obtener prestigio. La dama viene en compañía de su familia (marido en silla de ruedas, esto es importante destacarlo) y servidumbre. Pues desde que Barry la ve, arranca la música: el andante con moto del trío en mi bemol mayor para violín, chelo y piano de Franz Schubert, que se prolonga hasta que los personajes se besan, pasean y contemplan aquellos jardines majestuosos (que le van muy bien a la música). Por cierto, este movimiento también acompaña el viaje de la protagonista de la película La pianista, cuando sale de un ensayo y se dirige a una sex shop. Y hay otro ejemplo que casa a las mil maravillas: el de aquella película de James Bond, la dirigida por Peter Hunt: Al servicio secreto de su majestad, con George Lazenby. Me refiero a aquella secuencia cuyo narrador omnisciente, que nos cuenta la acción es Louis Armstrong en aquella canción de Hal David que lleva por nombre el de “We have all the time in the world”.
6) La música como protagonista de la otra historia. Acaso es una de las funciones menos socorridas de la música en el cine, porque está sujeta a la historia; esto es, la historia habrá de versar sobre música. Piénsese en Amadeus. De una u otra forma, Milos Forman nos ha venido convenciendo de la genialidad de Mozart, pero para bien o para mal sentimos la música pero nunca asistimos a ese momento en que se produce la química en el cerebro del genio; excepto al final: vemos al compositor dictar su Réquiem en una secuencia prodigiosa.
adenndas:
1) El lector debe musicalizar lo que lee. Nadie se lo impide. Digamos que los grandes novelistas —estoy pensando en los rusos— de pronto suelen acompañar determinados momentos con música (ojo, recurso narrativo utilizado desde Homero en La Iliada). En efecto, cuando sucede una escena en que la tensión del arco dramático se tiende al máximo, en la habitación de junto alguien toca el piano, o el violín y el piano, o lo que sea —esto ocurre hasta el delirio en la Sonata a Kreutzer de Tolstoi. Pues bien, uno como lector es capaz de escuchar la música que mejor le vaya a aquellas líneas. Pensemos en una narración que acontezca en Virginia, en el siglo XIX, durante la pizca de algodón —perfectamente podría ser Las confesiones de Nat Turner de William Syron. ¿Qué pasa si la leemos y a nuestra mente viene aquel género conocido como negro espiritual? Si en nuestra cabeza podemos imaginarnos rostros de los personajes, escenarios, mascotas, ¿por qué no podemos evocar música?
2) El lenguaje literario, el lenguaje visual, el lenguaje musical, le dan belleza y acción al cine.
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