Poesía
Koechel
Koechel se llama mi perro.
Nadie sabe por qué le pusimos así.
Cuando el juguero me preguntó su nombre,
lo que sus oídos escucharon fue
huesitos, o tormenta. Hace años
y ya olvidé lo que respondí.
Es un perro salchicha. De pelo café y brillante.
Por sus ademanes, cariño y silencios prolongados
me recuerda a Flush, el perro de Miss Barrett
más tarde Elizabeth Browning.
Recién lo vacunaron y se quedó cojo.
Le encanta salir a pasear temprano,
cuando aún está oscuro.
Antes caminaba con propiedad afectada,
ahora provoca risa y cierto estupor.
La nariz es su instrumento de trabajo
—por no decir de sobrevivencia.
Podría ser sordo, o mudo, o ciego,
pero que no le restrinjan el uso del olfato.
Koechel —pronúnciese kéjel—
es fuerte y tiene la mirada triste,
como una sinfonía de Mozart.
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