Poesía
Lo que mis ojos miran
Mis ojos han mirado algunas cosas, no demasiadas
como para inventar historias e imaginar mundos inusitados.
Pero han mirado.
Ciertas de esas cosas me llaman más la atención que otras.
Como lo que en esto momento contemplo.
Lo que ahora mis ojos observan es un anillo.
No es un anillo caro —menos de 3 mil, más de 2 mil—,
menos aún excepcional.
Más bien es bastante común y corriente.
Es lo que se conoce como un anillo de compromiso.
Lo compré para una mujer a quien amo y de cuyo amor me jacto.
Una mujer por la que daría la vida.
Por la que me arrojaría al paso de un tráiler si así me lo pidiera.
Alguna vez lo puse en su mano, en el tramo de una comida.
Maratonistas de trayectos tortuosos, ambos, ella y yo,
tenemos en común el dolor y el desconsuelo, pero en la misma medida
instantes de felicidad suprema, momentos de hondura y lucidez.
De empatía sublime.
Tampoco es que sepamos demasiado de la vida,
pero distinguimos entre el sonido de un taladro y el de un piano mal tocado.
Digo —no lo he dicho, pero como si ya lo hubiera hecho— que ese anillo
no trajo más que malentendidos, injurias y ultrajes.
Me lo devolvió una vez, me lo aventó a la cara una segunda,
lo puso en mi mano y sentenció que no lo quería más, la tercera.
Tiene razón. Tenía razón. Tuvo razón.
Sin embargo, me lo ha vuelto a pedir con lágrimas en los ojos.
Haría cualquier cosa por evitar ese llanto.
Me odio por haberlo provocado, así sea indirectamente
—porque, ¿habría que explicarlo? una buena dosis de esa furia
me corresponde, es decir, también soy responsable de la exacerbación.
Confieso que he estado a punto de devolvérselo.
Pero me resisto.
¿Porque su rostro cuajado de lágrimas me revela un tipo de belleza asombroso,
desconocido para mí?
¿Porque mientras conserve el anillo en mi poder
está más unida a mí que bajo cualquier otro símbolo?
Deja un comentario