Aforismos
El Centro Histórico de la Ciudad de México
Para don Jorge Muñoz, gerente de la Buenos Aires
1) El Centro Histórico acoge a su población flotante como el panal a sus abejas zánganos.
2) Nadie sabe el perímetro exacto del Centro Histórico. Excepto si se ha bebido en sus entrañas. Cuando esto acontece, la cartografía urbana de la zona se torna clarísima, porque está rodeada de llamas.
3) El Centro Histórico es el Olimpo de los dioses urbanos. El trago y las putas tienen altares que serían la envidia de Thor y Júpiter. O de Minerva —tan engreída, la pobre.
4) Desde un avión, el Centro Histórico tiene forma de cruz. Aunque se alcance a apreciar la sangre, que se distingue mártir y pecadora.
5) En el Centro Histórico, Jesucristo se desparrama en cenizas cuando se avista la Semana Santa. Contribuye al ensuciamiento, pero se le dispensa. Nadie es capaz de arrojar tantas cenizas. Ni la quema de Judas.
6) Las iglesias del Centro Histórico contienen los ayes de los guerreros mexicas muertos durante la toma de Tenochtitlan.
7) Aunque no lo sepa, cada individuo de la actual ciudad de México daría su vida por que su perfil estuviera prefigurado en un fresco del Templo Mayor. Se le retuerce la boca de la envidia. Si cuando menos tuviera delante de sí el hedor de un perro muerto en el Periférico, podría sentirse afortunado.
8) En el Zócalo se le sigue sacando el corazón a las mexicanas. De ahí la abundancia de mítines misóginos.
9) En el Centro Histórico la vecindad es emblema de estado de sitio. Hombres y mujeres, niños y ancianos nacen y mueren ahí. Sin jamás hacer visto el exterior.
10) Los habitantes del Centro Histórico devienen desde el periodo de la Colonia. Basta observarlos de reojo. Se alcanza a ver la punta de su espada, la capa disimuladamente embozada, las patas de gallo debajo de la sotana.
11) Las mujeres del Centro Histórico suelen irse de pinta a la calzada de Tlalpan. Hay quien afirma que a ejercer la prostitución; ellas aseguran que a esperar la venida de las huestes de Hernán Cortés.
12) El libro y la botella vacía son símbolos del Centro Histórico. O se acude por el llamamiento de la cultura o por la invocación insondable del conocimiento que proporciona el vino. Que en el fondo es lo mismo, pues la cultura y el vino son emanaciones directas del espíritu.
13) Cuando se camina de madrugada por las calles del Centro Histórico, se escucha un tumulto ensordecedor. Es inútil atisbar en los alrededores. Echar un ojo. No hay nada ni nadie. Y al momento de reemprender la marcha, una vez más sobreviene el estruendo. Hay quien dice que es el murmullo sordo de la caída de Tenochtitlan. Que los guerreros mexicas no se han dado por vencidos.
14) Entre los resquicios de las piedras del Centro Histórico, escurre la música de Bach ensangrentada.
15) Todo puede acaecer deambulando en el Centro Histórico. Toparse con José Vasconcelos, beber a la vera de Silvestre Revueltas en la Buenos Aires, dar con la mirada de Ramón López Velarde en la Alameda, encontrarse al padre muerto en una librería de viejo.
16) Observar el Centro Histórico desde las azoteas, no ofrece muchas variables: las gatas sedientas de amor se distinguen caminando por el filo de las bardas hacia donde se mire. De ellas venimos los mexicanos.
17) Cada vez más, el Centro Histórico se está poblando de cafés y bares estilo la Condesa y la Roma, como si el multicitado Centro no tuviera sangre propia que corriera por su drenaje. ¿Será que los inversionistas son vampiros que requieren de sangre fresca, o que es el único modo de atraer a hombres imberbes y damas sin ropa interior?
18) Cada vez que traspaso el umbral del metro Zócalo, me pregunto qué sorpresa me aguarda. Salgo a la catedral, y mis ojos se pierden en el atrio. Entonces vienen a mis oídos las percusiones de un colectivo que emula danzas prehispánicas. Y la ceremonia me evoca un tiempo en que los dioses se disputaban el reinado de Tenochtitlan. Reflexiono entonces en la soberbia. Es tan poco el tiempo para un anciano de 61 años. No me visto con faldas de años idos. Mi andar refleja un hombre que intenta sobrevivir. Pero el ahínco no viene de mi espíritu. Viene de la envidia. Soy un cero a la izquierda en el marco del Centro Histórico. Cuando el vigor de los hombres no se medía en resistencia, sino en fortaleza espiritual.
19) Los borrachos en el Centro Histórico recuerdan en mucho a las calaveras del Tzompantli. Figuran elementos del inframundo, pero son almas vivas deseosas de amor. A esa estirpe pertenezco yo —si se me permite decirlo.
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