Ensayo
Dos modos de escuchar música
Cuando menos hay dos modos de escuchar música. Uno cargado de imaginación y anécdotas, y el otro despojado de cualquier elemento capaz de contaminarla.
La atracción hacia la música puede venir por el lado de la narración, o bien por el lado de la pureza melódica, o, si se es más exigente, de la ondulación sonora —haya melodía o no.
Inocularle imaginación extramusical significa contaminar la música —¿o enriquecerla?
La fantasía del hombre corre a la par del gozo del arte.
La admiración se verbaliza a través de la apología, esto es, de la exageración encomiable. Si un hombre admira a Tolstoi, tendrá que contagiar su entusiasmo. Despertar en las personas que lo rodean tal devoción. Pero el modo más eficaz de encantar la atención es revelando la intimidad del artista. Poniendo sobre la mesa casos concretos, anécdotas que casen con la personalidad del admirado. La biografía del artista —la telenovela del artista— es la mejor carta de presentación, la llave maestra que abre las puertas para su conocimiento.
Planteé arriba esta dicotomía entre la música pura y la música contaminada.
Para estas líneas, contaminada significaría música en la que se han vaciado elementos extramusicales. Pensemos, como ya se dijo, en la historia (biografía novelada) de los compositores —o intérpretes. ¿De verdad impele al disfrute de la Sinfonía Heroica de Beethoven saber que el autor era sordo? ¿De verdad se disfruta más esa música por el solo hecho de imaginarnos a Beethoven atormentado por su discapacidad, el desprecio que sufrió en vida por parte de los aristócratas, intelectuales y artistas que no lo comprendieron, la lucha por el amor que jamás pudo concretar, y la incomprensión en general a que se vio sujeto?
Pero quizá no es la dimensión de lo que se cuenta —generalmente de orden trágica—, sino el disparo de la imaginación lo que propicia el acercamiento entre la música y el escucha.
El hombre gusta de algo concreto en vez de conceptos de los que le resulta difícil asirse. Si de pronto ubica a Mozart vendiendo su caballo porque al día siguiente no tiene que llevarse a la boca, esa circunstancia le permitirá disfrutar por partida doble la música del Divino. Más aún que si técnicamente, si mediante la revelación de los secretos técnicos —sólo aptos para los entendidos—, comprendiese a la perfección la música mozartiana.
Los sonidos de la música se despliegan en el aire y penetran nuestros oídos sin materialidad alguna. Sin anécdota ni acontecimiento narrativo que los respalde. Es música y ya. Entonces el escucha nutre su espíritu expoliando su imaginación. Porque la música es épica, y le permite palpar —así sea por unos segundos— el crisol mismo del sufrimiento vuelto belleza. Es su modo de nombrar al dolor. A través de la música. Este hombre que escucha, esta mujer que presta sus oídos como una gaviota sus alas, no hace otra cosa que explicarse la desdicha mediante el lenguaje de la música.
Que es el que mejor se presta para este cometido.
Por una sola razón: porque la música universaliza el desconsuelo. Quizás en esto radica su poder bienhechor: en que a través de su música, la tragedia de Beethoven es la tragedia de todos los hombres.
Como sea, la música nos conmueve y eleva nuestro espíritu hasta alturas insondables. Con o sin elementos externos de soporte.
Deja un comentario