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Consideraciones Ruvalcabianas
¿Será que en la noche los bares son más relajados? ¿Por qué la gente bebe en las noches y no en las mañanas, si en la Iliada se combate de día y no de noche? ¿Les da pavor? ¿Temen pulverizar las buenas costumbres en los que alguna vez fueron educados, hijos de otras buenas costumbres? Pocas cosas tan deliciosas como beber en la mañana. Todo parece en contra. Y uno se ataca de la risa de los pusilánimes, que bajo la neblina del alcohol se ven en todas sus dimensiones. Hete ahí la paradoja.
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A veces tengo la impresión de que todos se confabulan contra mí. Como si yo fuera la última persona que acaso mereciera un poco de consideración. Que para el caso es lo mismo, si todos nos hemos de morir.
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Si hemos de morir, mejor sería al lado del azar y no del ser amado. Para qué hacerle pasar un rato amargo, cuando puede ser tan dulce.
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Si morir hemos, abrigar en la mano la calidez del amigo. Que los últimos minutos transcurren en una especie de vaivén entre la vida y la muerte nos depara. En ese instante ya pertenecemos al infierno.
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Si hemos de morir, que sea con nuestro corazón desamparado. Siempre será mejor morir desamparado, que a la cubierta de una sensación equívoca.
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Si hemos de morir —que hemos— siempre será mejor en la ignorancia que bajo el amparo de ilusiones vagas. Nada más doloroso que errar la dedicatoria de un sentimiento de amor.
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Si hemos de morir —un poco antes, un poco después—, siempre habrá alguien que se sonría de nuestra muerte. Y alguien que palidezca.
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Odio a las mujeres intelectuales. Que siempre, inequívocamente siempre, humillan al macho. Con sus aires de grandeza.
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Digamos que cada vez soy más fresa. Todavía más. Cada vez estoy más alejado de los autos. Yo, que identificaba el modelo de un Ford Fairline por el tablero. Que reconocía el volante de un Mustang 68. Digo que cada vez me duermo más temprano. A las 11 ya estoy roncando. Cada vez abrazo más a mi perro. Él me da todo a cambio de nada. Ni siquiera implora cariño. Su sensibilidad es superior a la de cualquier ser humano.
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Diario bebo. Ahora mismo. Domingo. Estoy briago. Principio a celebrar mi cumpleaños. Este jueves 3 de septiembre. 64 años. En fin. Decía que bebo todos los días. Religiosamente. Vivo en un estudio miniatura. Donde sólo caben la música, el alcohol y yo. Más unos cuantos libros. Cero mujeres. Cuando extraño alguna, veo Las mujeres de la mafia. Y me masturbo como chamaco. Qué rico.
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Quién sabe si serías tú. Pero te vi llegar al Carro del Sol. No manches. Una maravilla con tu gorrita negra. Ibas toda de negro. Seguro tus calzones eran negros. Y lo mismo tu bra. Con dos hombres. Con tu pelito güero. Tirando a negro. O negro tirando a güero. Estos hombres te asediaban. Te acosaban. Te tocaban. Me descubriste y tus ojos se clavaron en los míos. Uno de los hombres te sacó a bailar. Te querían coger. Pidieron cerveza y tequila. Tomaste una botella y te empinaste la chela. Te querían coger. Como si supieran lo cachonda que te pones con esa combinación diabólica.
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¿En dónde radica el coraje de un hombre? ¿En su fuerza o en su temperamento?
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Me gusta ser un hombre de bajo perfil. Siempre lo he sido. Pero ahora más. ¿Quién asaltaría a un hombre de ropa corriente, despeinado, sucio, que sólo lleva en la cartera estampas de las vírgenes jaliscienses? En donde levanto la nariz es en el mundo de la música. La neta. Hablemos de Brahms, de Beethoven, de Schumann, de Schubert, y entonces mi perfil se afila.