Ensayo
El arte de escuchar música
1) Cuando se escucha música se avista la paz interior.
2) Existe la música que causa una suerte de exacerbación de la sensibilidad. Como un herpes que recorriera de un extremo al otro la columna vertebral. Cuando se la oye, las terminaciones nerviosas se excitan, y el cuerpo se dispone a expresarse en movimientos rítmicos y sincopados, podría decirse que de modo independiente de la voluntad de quien la escucha.
3) La música pone en contacto lo mejor de las personas que la escuchan en forma simultánea. Que puede ser el espíritu de combate, si lo que se oye es de índole marcial; de ímpetu erótico, si es wagneriano; de elevación espiritual, si es de Brahms; de levantamiento y enjundia, si corresponde al Beethoven treintañero, o de alegría pura, si es el Mozart de juguetería musical.
4) Cuando se escucha música que acicatea el alma, el sentimiento amoroso se manifiesta sin dilación. Acaso los lieder fueron escritos con ese cometido. Para degustar la ilusión del amor. Basta con escuchar El pastor entre los peñascos, La bella molinera, El canto del cisne, o tantísimos otros de Schubert para que se agradezca el dispendio amoroso que derrama la música.
5) ¿Cómo articular la música?, se pudo haber preguntado John Cage —nunca Johannes Brahms. ¿Cómo imbricar un silencio con el otro, una frase con la siguiente? La respuesta es inefable, y no corresponde a estas líneas. Pero acaso la música, sus redes, se articulen como la urdimbre que ante nuestros ojos teje en silencio aquel hombre concentrado en su trabajo. O como los caminos que urden las hormigas para retornar a casa. O quizá como los hilos de agua que se enmarañan en la ventana luego de una tarde lluviosa. O simplemente como dos almas desdichadas que buscan un poco de comprensión.
6) La música torna menos acre la muerte. La dulcifica para tranquilidad del moribundo, y de quienes lo rodean. Por eso, quienes se aprestan a morir habrían de escuchar Bach, cuya música es bálsamo para el espíritu atormentado; pero no nada más se piense en el agonizante en su último lecho, rodeado de los más allegados —incluida la mascota. También en los condenados a muerte, en los momentos precedentes a la ejecución, cuando las cosas adquieren su dimensión verdadera. Cuando lo único que viene a la memoria es la voz de la madre llamando a comer. Es el mejor momento para escuchar Bach.
7) Sólo en la música hay niños prodigio. Como si ése fuera el precio por la belleza, porque desaparecen pronto. La música es el río de que hablaba Heráclito el Oscuro: nadie se baña dos veces en la misma sinfonía. También es pasión invicta, lenguaje de tigres, raciocinio en que priva el encantamiento. Pero dio todo en cinco siglos. No tiene antes ni tendrá después. Porque es adusta e imprevisible, ajena a la voluntad del hombre, su creador. En ese proceso misterioso que significa la creación, la música es lo primero, al lado de los insectos, las estrellas y los ojos. E irrepetible. No habrá otro Mozart, por la misma razón que no habrá otro Zeus.
8) Algo acontece en los escritores atravesados por la música, imposible de dilucidar. No se sabe si aman la música aun más que la literatura. Si son felices escuchando Schumann o desventurados. Pero cuando escriben acerca de la música la pasión los sobrepasa. Como cuando un niño habla de sus canicas. O un anciano de su juventud. Entonces las insulsas tramas se transforman en épicas de corte homérico, y los enredos coloquiales y cotidianos en nudos shakesperianos. Algo tiene la música que vuelve astutos a los irrelevantes, e inofensivos a los viejos lobos. Habrá que leer a Thomas Bernhard, Jakob Wassermann, Stendhal… William Clark Styron. Y a Romain Rolland. Y por supuesto a Alejo Carpentier —¿o dije Thomas Mann, o Stefan Zweig?
Deja un comentario