Ensayo
El arte de la degustación
1) Se degusta la comida, se degusta el vino. Pero también habría de degustarse la literatura. La música. Que tres poetas leyeran enfrente del auditor, y que al final de la lectura éste dijera me gusta el primer poema. O el otro. O el otro. Me llevo ese libro. Y lo mismo con la música. Tal vez así las cosas resultarían menos pretenciosas.
2) En lo que se refiere a la comida, el arte de la degustación tiene cada vez mayor éxito; quizás porque la gente está más hambrienta. Sobran los individuos que se pasan la vida en los centros comerciales, degustando lo que ofrecen las chicas tan amablemente. Sólo de este modo aplaca el apetito de los parásitos. Sólo de este modo pueden sobrevivir un día más.
3) Las mejores promotoras de la degustación son las mujeres. Los pobres varones se lo pasan degustando el amor que ellas prodigan a cuentagotas. Saben darse en pequeñas dosis. Lo suficiente para dejar confusión y entusiasmo en el ánimo de aquel caballero. Binomio exacto para decir sí.
4) La cortesía influye enormidades en el dictamen de la degustación. Son incontables las veces que una persona degusta y que se calla su verdadera opinión con tal de no lastimar la susceptibilidad de quien le da a probar. Habría de suponerse que eso acontece con frecuencia en países de raigambre latina; no sajona.
5) Cuando sobreviene la degustación, en el acto el cuerpo se prepara. Y aquí entenderíamos por cuerpo todo el ser incluido el espíritu. Pues desde el momento en que se anuncia aquélla, algún significado habrá de tener para el individuo que se es. Someter la sensibilidad a una exploración de los sentidos, conduce de inmediato a la exacerbación. Exige dejar a un lado cualquier otra cosa que no sea la práctica de la tranquilidad. De la quietud de ánimo.
6) Los vendedores de automóviles también son expertos en el arte de la degustación. Aunque aquí las reglas del juego sufran un cambio inusitado. Cuando miran al posible cliente caminar entre los vehículos estacionados en la sala de exhibición de su centro de trabajo; cuando lo miran detener la vista en los interiores, en el motor, saben que una muy probable comisión está a punto de ir a parar a sus bolsillos. Entonces se convierten, esos vendedores, en magos. Le adivinan el gusto al cliente. Saben qué decirle, y sobre todo qué darle a degustar. Que lo maneje. Que acelere, si lo que le atrae es la velocidad; que advierta el lujo y el confort, si lo que admira es la suntuosidad. Porque un automóvil registra tantas cualidades como exigencias tiene el cliente más incomplaciente. Todo es cosa de hacer un poco de trampa y darle a degustar lo que él quiere disfrutar.
7) Hay quien se toma la degustación en sus propias manos. Una bella costumbre de los marchantes mexicanos, que de esa manera promueven sus ventas. Hay una especie de criterio abierto por parte de quien ofrece. Y de pronto hasta de complicidad. Se acerca la señora grandilocuente y de esa manera prueba de todo: uvas, la rebanada de manzana, el trozo de melón, la pizca de mamey. Y al final no se lleva nada, o la quinta parte de lo que probó. En cambio el varón a todo dice que sí. No puede negarse a comprar porque valora aquellas probadas como una muestra de generosidad.
8) Método muy semejante consuman los lectores. Hojean los libros que tienen delante de sí —generalmente en la mesa de novedades, que en fin de cuentas es la más engañosa—, y leen las primeras líneas de un título, del otro. Para llevarse el que más los cautivó.
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